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UN POQUITO SÍ HACE DAÑO


Hay una creencia muy extendida en nuestro país, y es que “un poquito no hace daño”. Creo que es la idea que más me ha perjudicado desde que soy celíaca. No debería haberme enfermado tantas veces para darme cuenta de lo nocivo que es este convencimiento a todo nivel.


Se cree que tomar un poquito de licor “no hace daño”, o al menos que una copa pequeña o una cerveza no suponen problema para manejar y que el alcoholímetro no marcará un límite superior al legal. He visto personas con diabetes que devoran postres con mucha azúcar y después se toman su pastilla o se inyectan la insulina, como si nada. También quienes saben que tienen el colesterol alto y se embuten una empanada grasienta porque se antojaron. A lo mejor éstas personas no saben el daño progresivo que se va teniendo, y tampoco tienen síntomas inmediatos que les hagan sentir lo serio “del poquito” que se comieron.



Yo soy celíaca y muy sensible al gluten. Con una mínima cantidad que supere las 20ppm, ya presento síntomas. Hay celíacos que incluso reaccionan a poco más de 10ppm. Y hay celíacos asintomáticos, que se pueden comer una torta común y corriente con una Pony Malta y no sienten nada. Pero el organismo sí sufre consecuencias. Las vellosidades del intestino delgado se inflaman y dificultan la absorción de nutrientes. Además puede haber dermatitis, cambios de humor y de procesos de pensamiento. Todo se altera.

Estrellarse con esa creencia en la familia, en el círculo de amigos, en los restaurantes y hasta en hospitales, es muy frustrante. Tal vez cuando más me ha dolido, es cuando algunos médicos lo han dicho. “Puede que tenga, pero si acaso será un trisito. No creo que le haga daño”. La ignorancia, potenciada con el poder que otorga un diploma médico, es de lo más peligroso. Por eso yo he optado por hacer pedagogía, armándome de todas las herramientas posibles: paciencia, claridad, lenguaje preciso, focalizado y al punto, tener en cuenta el interlocutor que tengo al frente, para dar el argumento que más cale en esa persona.


Si hablo con algún familiar, apelo a lo importante que es para mí, tanto física como emocionalmente, estar sana. Y explico brevemente y en palabras sencillas lo que sucede. También les digo “Cambia la palabra ‘gluten’ por ‘veneno’. ¿Un poquito de veneno sí hace daño?, y para mí, el gluten es como un veneno”. Si estoy hablando con un niño, comparo el gluten con la kriptonita e inmediatamente entienden cuál es mi problema. A veces no busco ser científicamente exacta, sino lograr el objetivo que tengo: que mi hija y yo comamos seguras.


Si hablo con un mesero o un chef, no hablo de celiaquía sino de reacción alérgica, que son términos que entienden más fácil. No es exactamente lo que sucede, pero para efectos de comer sin trazas, consigo lo que quiero. Digo que tengo unas reacciones espantosas, graves, y que no quiero salir del restaurante en ambulancia. Eso les prende las alarmas y me he dado cuenta que se vuelven cuidadosos y meticulosos en la preparación. Se acercan a mi mesa a preguntarme varias veces si tal o cual ingrediente puedo comerlo. A veces, hasta me invitan a la cocina para verificar.



Si hablo en el colegio de mi hija con profesores, ahí si explico con más detalle de qué se trata la celiaquía y el por qué de la dieta. Hasta ahora han recibido muy bien el conocimiento nuevo, y eso hace que también sean cuidadosos con la comida que se le da en el colegio. El diálogo está abierto y la comunicación en doble vía es algo maravilloso.


Si es con un médico, procuro primero validar su punto de vista, pero luego dar a conocer el mío: “Claro, entiendo por qué me prescribe tal cosa (medicamento o algo en la dieta), pero créame, hace años vengo con esto y mis reacciones son X, Y y Z. Me gustaría que me ayudara a encontrar otra alternativa segura para mí, ya que si hago esto, realmente mi condición no mejora, sino que la complico”. A veces encuentro comprensión, y a veces una pared sólida, impenetrable. Ahí me retiro sabiendo que hice lo máximo posible y busco otro profesional.



Claro, no siempre logro lo que quiero. A veces me he encontrado con burlas, con personas que me señalan de hipocondríaca y paranoica, y también con quienes aseguran, “juran y rejuran” que algo es seguro y lamentablemente después, con dolor de tripa y de alma, descubro que mintieron. Detrás de esto sólo hay terquedad e ignorancia. He tenido momentos en los que me he sentido muy sola e incomprendida. He querido gritarle a los restauranteros, a la industria alimenticia y farmacéutica, que ¡UN POQUITO SÍ HACE DAÑO!


Ahora, calmada y con la asertividad como estandarte prefiero no gritar, sino escribir. Comunicarme con todos ustedes e invitarlos a seguir esta gran tarea pedagógica, para que familiares, amigos, restaurantes, hoteles, colegios, universidades, laboratorios, aerolíneas, en fin, comprendan que como cualquier otra persona en el mundo, los celíacos tomamos desayuno, almuerzo, onces y comida; y debemos hacerlo de forma segura, garantizando menos de 20ppm sin riesgo de contaminación cruzada en la preparación. Si logramos eso, estaremos sanos. Y si cada uno de nosotros es un multiplicador de ésta información, en pocos años tendremos una Colombia más cómoda para nosotros. Podremos salir a comer a más lugares, podremos viajar sin llevar tantas loncheras, podremos tener una vida más tranquila. Yo, quiero eso. ¿Y tú?


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